domingo, 23 de octubre de 2011

Prometí escribir solo si no veía ballenas en Gloucester, Nueva Inglaterra

Prometí escribir solo si no las veía. Y así fue. No ocurría algo así desde finales de mayo, cuatro meses atrás. Zarpamos de Gloucester, un pequeño y coqueto pueblo costero de Nueva Inglaterra, a 30 millas al noreste de Boston. Hacía viento, y el sol distante y fresco era acogedor. Nos explican las diferencias entre las ballenas dentadas y desdentadas, y nos enseñan las barbas queratinosas de las ballenas jorobadas. Salimos hacia el  Stellwagen Bank National Marine Sanctuary, una reserva  natural donde es “casi imposible perderse el espectáculo natural de ver varias ballenas alimentarse acompañadas por sus crías”, según la publicidad. “Las vamos a ver por decenas”,  digo. La cándida mirada de mis padres, de visita, era ya todo un poema. Así que decidí continuar con la poesía y mientras traducía del inglés aderezaba los comentarios con toques líricos y dramáticos por aquí y por allá. “Saltan, a veces chocan contra el casco del barco, no es bueno tratar de alimentarlas (¿cómo vamos a alimentar una ballena, pienso mientras suelto semejante tontería, con cacahuetes o pistachos?). ¡¡Ojo, mucho ojo!!”, repito ante la atónita mirada del resto del pasaje que no entiende ni el español ni mis aspavientos. Al salir de la bahía nos encontramos con un crucero del tamaño de una ciudad flotante. En el último piso de la cubierta, enrejado, un tipo juega a baloncesto. ¡Mirad, un tío jugando a baloncesto en un trasatlántico”, señaló con el dedo como si fuese una ballena azul o una orca asesina dando saltos mortales para el regocijo de los observadores.

 A la hora de navegación, el capitán habla por el acatarrado sistema de megafonía. “Por favor, todo el mundo atento, a partir de acá entramos en territorio ballenero”. Nadie se levanta porque el mar está juguetón, y uno de los pasajeros bromea al comentar que quizá con unas cervezas podrían equilibrar el bamboleo. No me río. Yo busco las ballenas. A estribor, a babor. Proa, popa. Hay un adolescente vomitando en la popa, encogido como un pinocho roto. Pienso en Pinocho y en las ballenas y en Gepeto y vuelve la emoción. Las ballenas. El viento nos despeina las ideas, y comemos unos bocadillos de jamón y queso que actúan como calmantes. Entra el sopor. ¿Las ballenas?, me comentan con sorna mis acompañantes. En mar abierto vemos un par de gaviotas. Me da vergüenza señalarlas en un viaje de observación de uno “de las especies de mayor envergadura del reino animal”. Bajamos al bar a por una cerveza. Hay una pareja de fotógrafos, marido y mujer, de los que cuelgan lentes y objetivos por todos lados. Tienen guantes especiales, pero no sé para que sirven. Tomamos la cerveza. Nos sentamos a estribor y me pongo las gafas para que no se pueda ver mi estupor. No hay ballenas a la vista. Llevamos dos horas y media. “Agucen la mirada”, repite el capitán. Suspiro, y entro en uno de los camarotes donde tienen varios libros con ilustraciones a todo color de todo tipo de ballenas. Leo sus hábitos de alimentación y de reproducción, su estructura ósea, su comportamiento amoroso. Y miro hacia el horizonte marino en el que sobresalen, tímidamente, olas del tamaño de un mísero canelón. Me echo una siesta, y al despertar ya estamos de camino de regreso hacia Gloucester. Alguien dice haber visto una foca. Nos dan un ticket en blanco para que volvamos en otra ocasión. Mis padres sonríen con un sarcasmo que proviene de la otra orilla del Atlántico, y pasan de largo. Olga los recoge con pragmatismo. Yo, último, me tropiezo al tratar de saltar del barco a tierra firme. 

lunes, 3 de octubre de 2011

La primera página del diario Cape Cod Times, de Massachusetts

Cape Cod es un lugar extraño y hermoso en el que todo el mundo parece estar esperando por algo o, justo al contrario, parece no esperar nada. Está en el sureste de Massachusetts. En el porche de una de esas casas de madera que parecen construídas para esperar, frente al perfil del Atlántico que no estoy muy acostumbrado a ver, cayó en mis manos la edición del viernes 30 de septiembre del diario local "Cape Cod Times". Asombrado, leí el titular y luego lo releí y después lo leí en alto mientras traducía al español algo muy parecido a esto.

"Policía: Prostitutas retienen perro como rescate"

Centerville, Cape Cod.- Ladybug, un Yorkshire terrier de 4 años de color negro y pardo, puede que haya aprendido algunos trucos en las últimas semanas.

El perro de un kilo y medio de peso permanece retenido como rescate por dos prostitutas desde el 15 de agosto, quienes estuvieron visitando al hijo de la dueña de Ladybug en la casa familiar en Centerville y supuestamente se llevaron al perro a modo de pago, de acuerdo con la policía y la víctima.


La pérdida de Ladybug fue devastadora, dijo la propietaria del perro de 84 años, quien recientemente había sufrido un ataque cardíaco y considera a Ladybug como una importante parte de su vida.


"Es casi como un perro lazarillo", afirmó la mujer, que lloraba repeditamente ante el destino del perro.


El hijo no ha sido acusado de ningún crimen relacionado con el suceso, aseguró la policía, y el Cape Cod Times no publica los nombres de él o la mujer para proteger su identidad.


Dentro de su casa, la mujer dijo al Times que ella adoptó a Ladybug cuando apenas tenía ocho semanas y que era el perro más listo que ella había tenido en su vida. Aunque posee también un gato de 21 años, no tiene más compañía y tiene dificultades para moverse.


La mujer, quien contactó con el Cape Cod Times poco después de la desaparición del perro, indicó que ella estaba en la cama cuando las dos mujeres acudieron a su casa esa noche.


La mujer cree que el perro está retenido en algún lugar fuera de Cape Cod.


En una entrevista poco después del secuestro del perro, el hijo de la mujer explicó a este periódico que había contactado con las mujeres de compañía a través de una página web Backpage, que ofrece servicios eróticos.


Aunque el hombre aseguró que no solicitó ningún servicio de las mujeres, reconoció haber utilizado señoritas de compañía previamente.


La policía informó que creen que el hombre entregó al perro a modo de pago por los servicios de las mujeres.


Aunque aseguró no conocer los nombres de las mujeres, explicó que fue capaz de contactar con ellas y que pidieron 1.000 dólares por devolver a Ladybug. Cuando volvió a contactar con ellas,  incrementaron su petición de rescate a 2.500 dólares.


La policía ha señalado que por el momento ha sido incapaz de encontrar al cachorro y que se han quedado sin pistas.


Backpage es un popular sitio on line que ofrece todo tipo de servicios.


La propietaria de Ladybug está menos interesada en los detalles de la prostitución por internet que en recuperar a su peludo compañero.


"La mayor parte del tiempo simplemente lloro", confesó entre lágrimas.