En 1829, sin embargo, como todos los que leáis estas líneas ya sabéis de sobra, Jesucristo no vino. Quizá lo hizo en otro lugar, pero no en Economía, donde se habían mudado en 1825 tras una nueva y rentable operación urbanística. A Rapp y a los suyos, obviamente, se les vino el mundo encima. Eran una escisión de los luteranos y no llevaban bien eso de mentir, y menos en algo relacionado con Jesucristo. Como además de luteranos y alemanes eran prágmáticos y nada tontos, decidieron mantener la comunidad socialista de Economía. Una cosa es que Jesucristo no llegue y otra mandar al carajo el esfuerzo de tres décadas de un plumazo. Quizá había sido un problema de fechas, se dijeron.
Jesucristo no llegó pero, lógicamente, alguien aprovechó la grieta en la credibilidad de Rapp para proponer una sucesión al frente de la Armonía que empezaba a titubear. El debate se centró en torno al celibato (ya que Jesús no viene, vamos a disfrutar un poco de las tentaciones terrestes). Los armonistas practicaban el celibato ya que, según Rapp, Jesucristo no tenía genitales (ni masculinos ni femeninos) y debía esperarse su llegada de la manera más pura posible: en su opinión, la procreación generaba "desarmonías". Tras una acolarada campaña electoral en la que no faltó el juego sucio ni diversas "licencias legislativas", ganó la opción de Rapp, aunque casi un tercio de los armonistas dejaron la comunidad. En la victoria, como tantas veces en la historia, se encontraba también el germen de su propia derrota. Rapp murió en 1847, aun esperando (también era paciente). Pero la vida en Economía continuó según los preceptos del fundador. Trabajo, celibato, y alguna cerveza ocasional. (Cuando afloraban las dudas, se iban al laberinto de la Armonía, preferentemente tras las cervezas)
Lo más interesante es el final. La Sociedad de la Armonía siguió fiel a su voto de no procreación, y también fieles a sus buenas dotes comerciales. La comunidad daba buenos dividendos. Sin embargo, había un problema acuciante. Los armonistas se estaban haciendo viejos y, claro, no podían confiar en siguientes generaciones de armonistas porque NO podían procrear. Los avejentados armonistas mantuvieron su tozudez iluminada y llegaron a las últimas décadas del siglo XIX contratando a trabajadores no armonistas para que laborasen el campo. Desgraciadamente, Jesucristo seguía sin venir, y lo que era peor, muchos de los armonistas habían MUERTO. La población fue diezmando progresivamente. En 1905, apenas quedaba menos de una decena de armonistas quienes decidieron vender lo que quedaba de Economía. Los líderes de entonces, John y Sussana Duss, repartieron los beneficios, y se retiraron. No se puede decir que no lo intentaran.
Hoy Economía se llama Ambridge, y sigue en el sur de Pensylvania, aunque ya sin armonistas. El laberinto de la Armonía ha desaparecido.