martes, 31 de mayo de 2011

La democracia de los autobuses entre Washington y Nueva York

De la democracia en Estados Unidos han hablado muchos y más sabios que yo. En más de una ocasión, se ha puesto como modelo y ejemplo universal. Los expertos suelen citar al francés Alexis de Tocqueville y su obra "De la democracia en América", publicada en 1840. No lo he leído. Recuerdo que una vez los compré (son dos tomos), y utilicé uno de ellos para equilibrar una estantería coja. Olvidé la estantería y olvidé el libro. Siempre quise leerlo: pero era consciente de que si lo cojía, se caía la estantería y con ella el resto de libros. Así de inapelable es la física. Renuncié, por tanto, a leerlo. Ahora que vivo en Estados Unidos, me hubiera venido bien tenerlo a mano para echarle una lectura de vez en cuando. El libro, según recuerdo por la contraportada, es una asombrada celebración del sistema democrático estadounidense en el siglo XIX. Todo esto viene a cuento de uno de esos acontecimientos que le dejan a uno boquiabierto y hacen pensar en la importancia de esa ciencia (a veces justamente olvidada, cierto) que es antropología cultural.

Cada día decenas de autobuses realizan la ruta Washington D.C-Nueva York en ambos sentidos. Tarda cerca de cuatro horas y media, en función de esas variable metafísica conocida vulgarmente como "el tráfico". La verdad es que funciona de puta madre. Por 25 dólares, te deja en Manhattan, en la calle 33 con la Séptima, o en Dupont Circle, en la Massachussetts, en Washington. Atraviesa Maryland, Delaware (una estado diminuto que vive de sus bajos impuestos y de que la autopista a Nueva York hace un desvío para pasar por allí donde, casualmente, han puesto un peaje de pago), Nueva Jersey y Nueva York. El paisaje no es bonito. Ni feo. Lo hermoso es la llegada a Nueva York desde el oeste, por el río Hudson, en cuya silueta de rascacielos siempre espero la aparición de Spiderman (sin suerte por ahora).

Pues bien, en la compañía de autobuses DC2NY se produce una curioso acontecimiento una vez que todos los pasajeros se han sentado. Aparece el tipo que gestiona los billetes a través de su iPhone, agarra un micrófono y comienza a hablar. "Blablabla... Hoy tenemos dos películas, una comedia romántica "Cartas para Julia" y una de ciencia ficción "Yo soy el número cuatro". Por favor, aquellos que QUIERAN película que levanten la mano. (Se produce una rápida votación a mano alzada). Aquellos que NO quieran película que levanten la mano (Se produce una rápida votación de oposición). Por el momento, siempre ha ganado la opción "sí". Son muy cinéfilos. A continuación, se vota la película. También a mano alzada. Aquí la votación suele ser más cerrada.  Y confusa.

Los estadounidenses son demócratas y cinéfilos pero no tontos. Así que en ocasiones, y ante lo reñido del voto, algunos pasajeros experimentados y maliciosos levantan ambas manos para influenciar astutamente en la votación. El tipo que gestiona los billetes con un iPhone lo sabe. Y advierte rotundo con retirar el voto a los que tratan de votar dos veces, a modo de imparcial Junta Electoral. Ordena repetir la votación con calma y firmeza. Los agraviados, descubiertos, bajan la cabeza y aceptan la norma.

No conozco a Tocqueville, pero estoy seguro que le hubiera gustado ir en uno de estos buses entre Washington D.C. y Nueva York. Aunque quizá fuese de los que votaría siempre "no" a la película, sin éxito, para enfrascarse en su libro aún por escribir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario