A veces, uno, puede llegar a tener la impresión equivocada de que en Washington la historia, la Historia (con mayúscula de piedra , quiero decir), arrebata espacio al presente y su hermana bastarda, la cotidianeidad. O, al menos, algo así creí ver yo en la figura de este pato adormilado en el estanque que separa los memoriales de Roosevelt y Jefferson en el bochornoso mediodía de la capital del imperio. Inmediatamente, me vino a la cabeza un viejo (o nuevo, no tengo ni idea) chiste venezolano.
- ¿Qué hace un pato a una pata?- pregunta, circunspecto, un pato imaginario a otro pato imaginario
(tictactictactictactictactictactictactictactictactictactictactictactictactictactictactictactictactictactictactictac)
(levísimo redoble de tambores)
- Cojear - responde el mismo pato, ante el encongimiento de alas del segundo pato.
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