El taxista habla con uno de esos extraños aparatos que parecen caracoles digitales engarzados en la oreja. "Manos libres, en el volante", me dice con los brazos alzados. Estamos en el cruce de la V con la 16, medianoche de un jueves. Un coche de policía yanqui que acaba de adelantarnos saltándose un semáforo en rojo, con las luces parpadenado en azul y rojo, frena y coloca la marcha atrás. Retrocede, y se pone a nuestra altura. Con mirada que ya he visto mil veces en el cine (uno de los problemas de EEUU es que ya has visto todo, ABSOLUTAMENTE TODO, antes de llegar, en la pantalla de cine), lanza un exhaustivo repaso ocular del taxista. Que alza, de nuevo, las manos y sonríe."Buenas noches, oficial. ¿Algún problema?". El policía, claro, no sonríe, está prohibido por ley. "Pensé que estaba hablando por teléfono mientras conducía. Conduzca con cuidado y responsabilidad. Buenas noches", dice sin un cigarrillo en la boca pero como si tuviese la brasa de uno a punto de quemarle los labios. La vida imita a la televisión en EE.UU, pienso. Finalmente, el oficial de la policía del Distrito de Columbia arranca y se salta otro semáforo en rojo.
- Ve, amigo, cómo funcionan los policías aquí. No tienen nada que hacer, no quieren perseguir a los verdaderos criminales de Capitol Hill y se dedican a molestar a los taxistas. Pero, por lo menos, aquí se puede hablar con los policías. Conversan, dialogan, ¿sabe a lo que me refiero? De donde yo vengo, no ocurre así. Tienes que pagar, sobornar. O te dan una paliza. Siempre quieren dinero. Aquí el dinero no funciona con los policías. Es una pena. Amigo, parece mentira, pero a veces echo de menos los sobornos.Jajaajajaja. ¿Que de donde vengo? Del oeste de Oriente, amigo. Del oeste de Oriente. ¿Y ustéd?-, me dice conversando a través del espejo retrovisor.
- ¿Yo? Del sur del norte-, respondo. Al llegar a casa, trato de imaginarme un mapa dibujado con las indicaciones que acabamos de darnos mutuamente. Sin éxito, claro.
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